viernes, 19 de febrero de 2010

¿Serenidad?

Serenidad

(Lectura de madrugada)

Serenidad, tú para el muerto,
que yo estoy vivo y pido lucha.
Otros habrá que te deseen:
ésos no saben lo que buscan.
Si se durmieran nuestras almas,
si las tuviéramos maduras
para mirar inconmovibles,
para aceptar sin amargura,
para no ver la vida en torno
apasionadamente nunca,
duros y fríos, como piedra
que sopla el viento y no la muda...

Almas claras. Ojos despiertos.
Oídos llenos de la música
del dolor. Los dedos felices,
aunque los hieran las agudas
espinas. Todo el sabor agrio
de la vida, en la lengua.

«Nunca
podrás mojar tu pie en el río
en que ayer lo mojaste. Busca
la eternidad, vive en la alta
contemplación de su figura.»

Palabrería de los libros
de la que deja el alma turbia.
Serenidad que se nos vende
por librarnos de la tortura,
por llenarnos de sueño el alma
y rodeárnosla de bruma.
Serenidad, tú para el muerto.
El hombre es hombre, y no le asusta
saber que el viento que hoy le canta
no volverá a cantarle nunca.
Serenidad, no te me entregues
ni te des nunca,
aunque te pida de rodillas
que me libertes de mi angustia.
Será que vivo sin saberlo
o que deserto de la lucha.
Tú no me escuches, no me eleves
hasta tu cumbre de luz única.

Palabrería de los libros
de la que deja el alma turbia.
Yo también me hago un poco libro,
me duermo el alma...

Luz difusa.
La madrugada se desgaja
agria y azul, como una fruta.
Cantan los pinos a lo lejos.
Un niño llora. Las desnudas
mujeres y hombres silenciosos
salen despacio de las últimas
sombras. Los pájaros me esperan.
Se alzan las olas. (Me preguntan
por qué.) Campanas... (Ayer niebla,
hoy claro sol y luego lluvia...)
¿Por qué? Las hojas se estremecen...

Voy inundándome de música.

De "Tierra sin nosotros" 1947

José Hierro

jueves, 18 de febrero de 2010

fiebre



2 días desaparecida. No cojo el móvil, no respondo al fijo, el telefonillo descolgado,....
Tengo fiebre. A 39ºC no puedes, ni quieres, comunicarte con nadie. Tú sola con delirios, cara a cara con tu subconsciente.
Recuerdo pasillos estrechos, oscuridad, pequeños seres correteando entre mis piernas que no me dejan seguir al único compañero que tengo; un niño oriental totalmente desconocido con sombrero de orejeras (o eso intuyo en la negrura).
Idas y venidas, pasillo arriba, pasillo abajo. Necesito algo que me sea familiar. La sensación constante de que no hay retorno, nos hemos perdido y nunca podremos volver a ver a quienes queremos. Pienso en mi madre, sobretodo en mi madre, y me pongo a llorar. No quiero que el niño lo note, no entiendo nada de lo que me dice y él a mi tampoco me entiende, pero no quiero asustarlo más de lo que está.
Para dormir, bloqueamos parte del pasillo con unas sillas destartaladas que encontramos, para que los seres pequeños no nos hagan nada mientras dormimos. No nos fiamos.
Me despierto en mi sofá empapada en sudor y temblando.

Necesito que alguien me cuide, porque yo no puedo.